lunes, 26 de noviembre de 2012

El eterno retorno del guionista


Primero los budistas e hinduistas, y luego los estoicistas y luego muchos más, decían que el ser humano, y el mundo, y todo en general se quema, desaparece, se destruye, para luego volver a existir, a suceder, nuevamente, casi que de la misma forma exacta.

García Márquez dijo alguna vez que…
Los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez.
Yo en general estoy de acuerdo. Creo que Dios, o lo que sea que le dio el primer empujón a la rueda, hace un trabajo bastante monótono en general, como de oficinista, o de trabajador en serie de una fábrica que pone piezas en una cinta transportadora, como Chaplin en Tiempos Modernos.
           Los guionistas deberíamos llamarnos retornistas, y tal vez los escritores en general… tal vez todos los artistas, pero ya es demasiado osado decirlo de mi parte. Mi osadía puede osar a decir que al menos yo sí soy un retornista. Los deja vú abundan en mi vida, aunque no sé si es porque mi alma siempre está retornando o si es porque siempre hago las mismas soporíferas cosas.
Como guionista me lo adjudico sin duda, porque yo al menos voy y vuelvo sobre mis guiones, tal vez mil veces, para pensarlos, para odiarlos, para amarlos, para escribirlos, reescribirlos, consentirlos y maldecirlos. Es tan así que, muchas veces, me resisto a una cantidad demasiado grande de nuevas ideas, porque cada idea nueva será un nuevo tormento, un nuevo delirio, un nuevo fantasma que dará vueltas una y otra vez, sin una frecuencia determinada, como le sucede a los locos que vieron a Dios o al Diablo.
También es importante señalar que como ser humano también soy muy retornista. Me peleo con la misma gente cada cierto tiempo, para no perder la costumbre. También me obsesiono con ciertos temas y deseos con cierta frecuencia. Cada obsesión descansa esperando su turno mientras me dedico a otra. He recorrido la ruta aérea entre México y Colombia más que narco colombomex, y las nostalgias, melancolías, recuerdos buenos y malos, y toda imagen del pasado me visita a diario, y además las voy construyendo día a día, con esmero, para seguirlas recordando. Hay que ahorrar para la vejez, digo yo…
Yo digo que uno crea vínculos con las cosas, cómo si uno construyera, con uno mismo y con el mundo, muchos de esos teléfonos de juguete con un hilo templado y una lata amarrada a cada extremo. Con México ya construí uno de esos teléfonos. Cuando nací ya venía incluido en la caja en la que me vendieron el teléfono para Colombia, y así ya tengo una colección de diferentes teléfonos con mi corazón, mi cerebro, mi colon, mi oído izquierdo, mis talones, etcétera, y uno tiene preparada una llamada para cada uno de esos teléfonos, y a veces uno llama y a veces a uno lo llaman. Con algunos teléfonos la comunicación es más constante, como por ejemplo con el teléfono mexicano, que por suerte no es de Telmex. (Recordé la canción de Los Dumis, un programa de televisión infantil que pasaban aquí en Colombia cuando yo era niño, o al menos cuando tenía pocos pelos. Era como un intento tercermundista de emular a Jim Henson)
México es una recurrencia en mis pensamientos, un eterno retorno, un teléfono siempre en funcionamiento, un deja vù, una referencia latosa para mis amigos colombianos. Los seis años que viví en México fueron buenos e importantes, sin embargo, creo que esa no es la razón para que México retorne eternamente hacia mis adentros, como una pesadilla maravillosa, o como un sueño insistente.
Yo en realidad creo (y sé que muchos pensarán que enloquecí) que la antiquísima mística mexicana me atrapó. Yo casi estoy seguro de que establecí relaciones del tercer tipo, o de cualquier tipo, con la profunda cosmovisión mexicana, con esas redes subterráneas (aparte del metro), con esa muerte festiva, que no solo se hace presente empezando noviembre, sino que vive en cada cosa de México, como esa muerte amable, sorda, imperial, esplendorosa.
En México se come, se duerme, se viaja, se vive, se ama, se mira, se escucha y se vive igual. Todo es igual, pero es un estado permanente de maravilla. En gran parte es como hacer todo, siempre, con el penacho de Moctezuma. Hace poco, alguien me hizo caer en cuenta que México se formó institucionalmente (qué asco de palabra) como un estado socialista, y esa afirmación estuvo dándome vueltas en la mente, hasta que tuve que admitir que era verdad. Por eso está todo repleto de burocracia, de corrupción administrativa, de unos medios de comunicación en sintonía con el régimen de turno (en realidad el mismo desde la Revolución) y con el fascismo, porque siempre ha sido un país muy socialista y muy fascista, como nazi-comunista, comunazi, revolucionario y dictatorial, porque como bien lo señalaba hace poco el Inquilino en su página de Facebook, los fascistas primero fueron socialistas.
Es como la historia de entre Lucifer y Dios, dirían los rojillos. Pero todo esto lo digo, porque de alguna manera también esa característica histórica logró dejar por ejemplo, al menos en cuanto al sistema, algo de entidades culturales y académicas con cierta tradición, lo cual a la larga uno lo aprovecha, ya que de eso vive. Muchos por ahí hasta están felizmente becados por el gobierno panista que tan pestilente es y del que inclusive se quejan, pero ese es otro tema. Lo bueno es que hay mucha oferta cultural y muchas escuelas y salas donde uno puede mantenerse activo como espectador del arte, y eso, en mi caso, no es algo insignificante.
Seguramente el año entrante estaré de vuelta en México, sumándole más al eterno retorno, porque lo percibo, de alguna extraña pero fuerte manera, como mi lugar en el mundo. Lo percibo como el lugar donde debo estar. Tarde o temprano así será. No será de aventurero, porque ya estoy viejo para las aventuras, pero bueno, “no volveré”, que en lenguaje de rancheras quiere decir Volveré.

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